21 de julio de 2007

Mi raíz sucia.

No eres más que una parte de lo que soy;
parte pequeña, finita y con una importancia que deja de ser importante 27 días cada mes, y 360 días al año.
Como una raíz que hace crecer un árbol, y se pudre espontáneamente antes que las demás. Quizás nació
podrida.
Yo soy aquel árbol que se amansa entre su espesura, que ofrece su sombra cuando el sol calienta sobre tu punta más tragada por la tierra. Nacido del agua y de la arena, sin llegarse a convertir en fango, con búhos a modo de despertador, y pájaros amenizando el horario de sueño.
Si tú no formaras parte de mi semilla, mi tronco habría sido diferente, pero también poseería más hojas en mi copa, o menos hojas habrían huido, o mis ramas estarían intactas.
Sin embargo, tu partida acrecentará los otoños, los hará menos grises y menos marrones, menos enfurecidos, y más dulces; hará de mis noviembres un comienzo de calma, y, de mis diciembres, una tranquilidad que permanecerá alejada del temblor lloroso y asustadizo.
Porque tu presencia ya no es bien recibida, porque tú no eres bienvenido, porque no me vas a arrancar más primaveras, ni la calidad de mis entrañas.
Algún día comprobarás que el único daño te lo hiciste a ti mismo, y que no supiste más que perder lo poco que tenías, malgastar las paredes con gritos y murmuros desagradables, y dar de comer al odio del amor.
Por esto y por todo, gracias.
Adiós.











A lo mejor, cuando realmente conozcas la soledad, repudies haber tenido tantos momentos solitarios.