28 de abril de 2008

Conducta iconoclasta.

-Hola, he venido a confesarme. No sé llorar.

Y mientras tanto, me sobran los ríos y se me caen las hojas. Pierdo los veranos, planto caracoles inmaduros en los octubres. Construyo azoteas que se derrumban cuando resoplo, y me como los vientos.
Pretendo saber pretender, pero finjo tan bien que nadie se lo cree y nadie se da cuenta.
Poseo un cajón llamado Miradas furtivas en el que nunca he hecho limpieza, y de nada nunca me ha servido.
Me visto en guerras, duermo en trincheras, odio la violencia y soy tan violenta como los impulsos dulces.
El equilibrio que no sabe andar sobre una cuerda, y la cuerda harta de sostener. Sustento de la noche, alimento del día. Una impecable revolución sangrienta que no mancha.
Soy un poco iconoclasta licenciosa, por parte de padre.

13 de abril de 2008

Paradojas , aleatorio.

Y tú, ¿qué retienes?

¿Sabes? He esperado, de verdad que sí, esperé, esperé durante dos años. Mira mis manos. Mira mis ojos. Mírame. Esperé. Ha pasado tanto tiempo. Pareces otro. Yo ya no te conozco, no eres aquel por el que ansié la eternidad. Y, sin embargo, te conozco tanto. Vaya paradoja, ¿no?
Acabo de apagar un cigarro y voy a directa a por otro. Eso se me asemeja familiar. ¿Recuerdas? Los cigarros en medio de la noche espumada. Tú y tu... ¿ginebra? Bueno, nosotros y nuestro humo.
Tú me dedicabas versos proseicos de cuando en cuando. Yo te dedicaba la vida, yo era parte de ti. Tú eras tan parte de mí. Tanto como el mundo es parte de nosotros.
Escapabas. Te seguía. Corrías. Yo te seguía. Me buscabas. Me dejaba encontrar. Te quería.
Ahora lo pienso y me avergüenzo. A veces, hasta sonrío. Hasta lo echo de menos. Pero te veo, y desapareces. Desaparece mi aquel. Los treinta de diciembre me calumnian, porque recuerdo. Me acuerdo. ¿Te acuerdas?
Un dedo sobre la piel, y la piel sobre los dedos. Allí y aquí. Lo que era tu ayer representaba mi mañana.
El ayer. Todo pertenece al ayer. Incluso el ayer era parte del ayer.
Vaya, vaya paradoja.

3 de abril de 2008

Escalera al Nunca Jamás.

Retenía con ferviente delicadeza la juventud que perfecta se sobreponía por su piel anclada a los 20.
Absorbía el olor de las mariposas vírgenes, y refugiaba su Nunca Jamás entre sus ojos.
No tenía pared y su suelo era diferente cada día. Dicen que seguía el ritmo de las nubes hasta desaparecer y perderse en la neblina de la noche acabada. Entonces alzaba su mano e iba en contra del viento por la estela de lo desconocido.

En la fachada mostraba la infalibilidad del deseo, y acurrucaba los sentimientos en servilletas y cuerdas voladoras.
Vivía de la caricia constante, y acostumbraba a tener un resquicio de soledad y tormento, de alambres sueltos dispuestos a arañar su violenta mentalidad. Encarnizado y envuelto en delirio, se sentaba a esperar a la loca correspondiente, mientras sostenía su pureza salvaje por encima de todas las cosas.

Los paisajes más remotos comentan que le vieron caminar cabizbajo; la noche no le dio lo buscado, y, aún ahuyentando su necesidad con frialdad y desdén, hoy volverá a esperar bajo el cielo que nunca le abandona.
Y mañana, probablemente, esperará. Agarrá el tiempo con sus manos de bohemio guerrillero, y mantendrá el segundero parado durante otros quince años más.