15 de agosto de 2008

Hierba trepadora.

Ahora, y justo ahora me he dado cuenta de que te echaré de menos.
A mi forma o a la tuya, qué más da, si en el fondo es inevitable que cometas los errores que pusimos y clavamos en una cruz.
Supongo que la tentación tienta, tienta tanto a veces que somos capaces de pisar lo que tiñe de verde armonioso tu jardín espeso y subestimar la fuerza de la hierba trepadora. Pero ya es tarde, amigo, aquella que se mantuvo intacta sobre tus hombros parece haber perdido la fuerza y las ganas de seguir trepando por tu espalda. Y se ha caído.

Yo sólo exijo que a mí no me subestimes, y no comiences a pensar que ya no puedo leerte la mente, pues he aprendido a apreciar los detalles que brotan de tus ojos, de tus manos cuando se sienten tersas y se apoyan en tus rodillas porque no saben volar.
A mí no me subestimes, sé que aquella quien te abraza no es la felicidad, y si lo sé es porque yo te vi feliz.

Qué el camino que has tomado no te arranque la versatilidad, nos veremos bajo alguna luz, quizás artificial.