4 de mayo de 2012

Señor de las mañanas

Aún no había anochecido y ya salía el sol. Venía cantándoles saetas de regocijo a los que volvían solos a casa, impregnando de sudor a los que olían a whiskey; desperezando a los esperanzados.
Con boquita canalla, pecho inflado y arrugas de letanía, señor de las mañanas, acostaba a los insomnes con el malestar del recuerdo y a los amores ocasos con la revelación de las facciones.
Mentía si hablaba, cuando decía que sabía coser corazones con hilo de minutos, que arreglaba paraguas para tormentas ácidas y zurcía botones para chaquetas de entreabril.
Mentía porque él jamás pudo ver cómo se deshilaban los corazones en las madrugadas, a los vientos que arrastraban los paraguas y la velocidad con la que caían las chaquetas en marzo. Miente porque nunca está cuando se hace trizas lo que él pretende arreglar.