14 de abril de 2007

Tal vez estoy recordando.


Nadie me habrá echado en falta, eso ya lo sé; dejé un par de cuentos a medio terminar y nadie me pidió una finalización. Y es que no se acordaron de que yo habité en tales historias.

Llega la primavera ya acercando sus ropajes al desnudo de los cuerpos, y la salud se altera nada más oler el primer rayo de sol, y, sin embargo, explota en rabia el cielo y diluvia a cántaros apoderándose del fuego de los humanos.

Y el amor... el amor se escapó lejos de las fronteras que yo alcanzo a dominar, y no es que me importe, simplemente, lo extraño. Extraño inexistentes miradas, caricias, la libido brincando cada madrugada deseando prender de nuevo la noche con el humo que se apreciaba aún a través de las cenizas. Pero no, no lo echo de menos.
Caben en mi cabeza también los desdenes, el pinchazo constante en el lado izquierdo del pecho, el ruido de un alma rota, los segundos que el reloj robaba con tal de no dejarme ser feliz.
Antes apenas la eternidad me bastaba para poder escribir y escribir todo aquello que asomaba en mi mente -tal vez, corazón-; ahora, he preferido dejar la eternidad para aquel que la quiera, y andar un rumbo que hilaré detenidamente día a día. Es cuestión de intereses, de madurez.
Yo no me voy a morir de amor.

Lo que no puedo evitar es recordar esos pequeños detalles que casi nadie más ve, pequeñas contracturas de los huesos debilitados, las puñaladas que los hacían más obsoletos, y también las consecuencias de una noche embadurnada de delirio, tabaco y tan poca luz que mil mentiras se colaron sin que ni siquiera fueran vistas por mí. Pero era todo tan sumamente perfecto durante esos instantes, que, sí, ahí habría malgastado mi vida regalándola a manos peligrosas.
Luego la belleza volaba a alcanzar la luz, y quedaban al descubierto los fantasmas escondidos bajo la cama.
Así que no, no lo echo de menos.

Por ello, sé
cuán de difícil es ver una estrella morir, observar cómo su brillo se disminuye hasta desaparecer tras haber esperado y lanzado deseos sin ningún destinatario. Lo sé.
Pero también sé de resurgir, de las resurrecciones malparadas, y de la estampida hacia la realidad.
Sé de sueños y pesadillas, de las verdades, de las mentiras, de mentiras que son verdades, de verdades que jamás serán una verdad, sé del olvido más que el olvido sabe de sí mismo, y sé el juego que se trae el recuerdo, y aprendí a caminar sobre una cuerda deshilachada sin caerme al vacío.
Y, al fin, puedo decir que la solución la abarca el tiempo con su sabiduría, y con la lógica como bandera. Una jerarquía tampoco viene mal.
Y es que yo no muero de amor.

Creo que el acierto fue arrancar la flor, o sus espinas.