18 de julio de 2008

Huesos.

Y de pronto me di cuenta de que ya no lo podía evitar.
Inundada de cabeza a pies por un obsoleto dolor que se posaba fresco en mi nariz, tan, tan renovado en mi mente y poco recomendado en mi corazón.

Que, hablando de corazones, yo regalo el mío. Resulta que me he atragantado con todas y cada una de mis excusas, y parece ser que mentir no es un parche longevo.
De hecho, mírale ahí, sangrando, jurando que no siente ni padece a costa del muro de piel fría que se construyó, prometiéndose un nuevo amanecer con la sábana bien remetida por los extremos.
"Qué no entre nadie" susurra como gritando. Ingenuidad fue su costumbre, el brillo en la mirada ajena su adulación.
Altruista de profesión, se confiesa cansado en el día de hoy. Incluso puede que ya en el de ayer.

Me pide que exija una nueva guerra, pero cómo ansía la paz.

Y así pasamos las tardes y las noches, por las mañanas preferimos ni pensar, demasiado hacemos con calentar el café; él me enturbia y yo le ahumo, creamos largas metáforas que son aduladas con las que traficamos de casa en casa, a base de extorsión, y binariamente saciamos el hambre que llena por dentro de ese algo que vacía y chupa hasta los huesos.

O, amén de puta, apaleada.



Hace tiempo prometí escribirte una canción,
como siempre, mal y tarde, la tienes aquí.

Sabes bien cómo soy, que no suelo mentir,
siempre que lo hice fue por verte sonreír.

Y ahora, cansado de mirar tu foto en la pared,
cansado de creer que todavía estás,
he vuelto a recordar las tardes del café,
las noches locas que siempre acababan bien,
y me he puesto a gritar estrellando el whisky en la pared.

Por verte sonreír, he vuelto yo a perder.

2 de julio de 2008

Pared.

Ya no veo nada.
Me he subido a la montaña como solía hacer cuando perdía el horizonte, y ya no veo nada.
Me he sentado a esperar el amanecer y he marchado al verle aparecer.
Y resulta que cuesta arrastrar los zapatos de tacón.

Quizás me tatúe una casita azul, quizás la acompañe con una calavera que lleva boina; a lo mejor corresponda mis instintos con más tinta y obvie el hecho de que puede salirme caro jugar a ir a ras del altruismo.
No obstante, me da igual.

Y aquí, enfrente de la pared, empiezan a sangrarme los puños.







He visto peores guerras debajo de mi escritorio que allí en tu cabeza.
He visto eternidades más cortas colgadas en el vello de mi brazo.
Tú no puedes decir. Fumo el doble cuando estoy sola.

Una pared, dos paredes, tres paredeces. Mierda, estoy sangrando.
No puedes decir. Esto no es mi Valhalla. Quiero mi Asghar de vuelta.

Soy la llama del fénix. Tú no puedes decir. Éste no es mi juego.

Mierda, estoy sangrando. Ese puñetazo dolió. Azota mis sesos, estoy segura de que hay algo ahí para ti.