18 de noviembre de 2007

Troya.

Dime que has soñado con la eterna felicidad, con la juventud patente en la mirada, y las ilusiones roídas por el uso.
Dime que has olido, y entendido, cómo el aroma del tiempo apura y pide venganza cuando rocía sobre piel seca.
No me niegues, y afírmame, que viste la tez del corazón corrompida, y las ojeras de la alma nocturna; afirma que sentiste el humo aspirar el oxígeno y devolver carraspeando el sonido de la pausa intermitente.
Si acaso las mudanzas matinales de esperanza arañaron los armarios de la prudencia y la rebeldía, y quedaste bajo la ventana aguardando una bombilla capaz de dar luz a tus rincones. Y hubiera sido más fácil mirar hacia otro lado que luchar en el frente.
Si aún en los solsticios sigues aullando, y encelada, buscas la decencia en brazos de la perversión.
Si puede ser que, amén de sepultada, fuiste el zombie que nunca quiso morir, pero murió, y anduvo estepando y pudriendo las raíces que crecían a merced de la realidad. Y con más criterio, o menos sabiduría de la que alegó, se desprendió de corduras y de lógicas y cabalgó hacia Troya en busca de revancha, sin más éxito que el cabalgar durante un par de noches.
Dime, no me niegues, y afírmame, que reside con nostalgia en tu mente un sentimiento nostálgico de vuelta, impotencia y remordimiento.
Y entonces sabré que, por esta vez, no mientes.