7 de marzo de 2007

Desnúdame.

Eh, desnúdame ahora, que es cuando más ropa llevo, cuando más tiempo tardarás.
Desnúdame ahora que soy un trozo débil de carne y veneno.
Éste, éste es el momento exacto para pintar blancas nuestras pieles y absorber el calor que depuren sus poros.
No hace falta que apagues ni enciendas la luz, no modifiques la escena, sólo dedícate a convertir en lisos los cortes que encuentres por mis piernas. Y quiéreme, déjame que me deje querer y, después, quiéreme.

Me encuentro cerca de tu silencio y mi voz le amenaza con hacerle hablar. Los suspiros se unen al aire compartido y creo que la perfección se acuesta conmigo.
Y yo sólo quiero que desvistas mi mirada con tus manos, y que con tus dedos apartes cualquier mechón de mi cabello que te moleste cuando quieras mantener mi rostro a modo de recuerdo en tu mente para la posteridad. Quiero que seas, y que estés, que parezcas, y que me hagas creer. Y yo creeré, y seguiré creyendo hasta que vuelva a sentirme completamente vestida.
Anuda tu alma a la mía, y tus caricias a mi cintura. Róbame la cintura y duerme entre mis brazos.
Pero desnúdame, de pie o sentados, seguros o temblando, desnúdame con tus palmas y yo me desnudaré con la palabra, y dejaré al descubierto la parte más caótica de mi ser, y será toda para ti, mientras tú me desnudes y me asfixie de todo el amor que vas perdiendo por los rinconces de esta habitación.
Entiérrame bajo tu techo y dime al oído, el tiempo que mis cosquillas aguanten, con tus labios tallados a la conciencia de la perturbación hermosa, que me deje querer... Y quiéreme.


¿Tan
difícil
es?




Siempre escribo escondiendo algo. Búscalo y encuéntralo.

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