16 de marzo de 2007

Y, Finalmente, Aprender.

Extrañamente, me acuesto contigo, pero, según me levanto, me acuerdo de ti.
Necesito de algo que anule la rabia del aullido solitario, como una compañía licántropa más.
Y es que cuando noto estar sola, viene una mano grande y estilizada a calmar mi ansiedad ermitaña.
Sé que no sé nada, como dijo alguien que no sé, y pretendo aprender de cada nuevo cielo que alcanzo a ver, y de cada nueva caída que sobre el suelo hago. Todos los errores, son lecciones, todos los aciertos, son lecciones, y, al final de la vida, no habremos hecho más que aprender viviendo un día a día que nos tiene reservadas penas y alegrías como pruebas a superar.



Y, extrañamente, te recuerdo al despertar.
Debes de ser una prueba más.


Levanto un poco la persiana, para no encontrarme tan sola en esta salida del sol, pero debería poder negarte que te recuerdo. Y es que aún la luna guarda mis deseos oscuros, los exóticos y eróticos, los retrógrados y obsoletos, los inconfesables y, a veces, necesarios. Pero he de irme a dormir, y he de cerrar con llave la puerta que antes me daba calor, y ahora es un cúmulo de promesas frías -muertas, claro-, para poder despertar por la mañana, abrir la persiana, y asegurarme de que no estoy sola.
C'est la vie.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

tienes toda la razón, siempre nuestros días no son más que una secuencia no determinada que nos lleva a un aprendizaje que luego se mecaniza. Aún así, sonando tan monótono, la vida sigue dando sorpresas y cosas rescatables más allá del hecho de no ser más que un libro de enseñanzas varias.
Saludos!

Diana Carolina Quintero dijo...

La soledad hoy quizás nos acompaña, cuando escribimos, lo hacemos por la fatiga, por el tedio, o por necesidad. La soledad es la herramienta de nuestro lapiz, el amor la misma herramienta...La ausencia una razón para escribir...