8 de febrero de 2007

Injusticias por doquier.

Qué injusta es la vida cuando se lo propone; si las cosas nos salen bien, ya se encarga ella de torcérnoslas, pero es que, si nos van mal, aún es capaz de empeorarlas. Puedes proponerte levantarte cada mañana y sonreír sin más razón que la misma de sonreír, que habrá quién te robe hasta el último suspiro, abogándote a decidir por la estacada en la cama.

Qué injusta es la vida cuando menos quejas tienes sobre ella, cuando crees que has superado la piedra del camino -aquella con la que tropezamos por infinidad de veces aun viéndola venir- y te sientes fuerte para continuar, fuerte, incluso, hasta para volver a errar; pero pronto ves que tu debilidad siempre acaba por surgir en el momento más inadecuado.

Qué injusta es la vida cuando se desarrolla en contra de tu voluntad y con méritos que se deslizan por el olvido de aquellos que los ven nacer. Ves que todo se refleja sobre tu piel y tú asistes como mero espectador, sin tener recursos suficientes para cambiar la trama de la historia en la que vives por estar. Nada es como quieres, nada es lo que quieres, nada se modifica como bien desearías... Nada tiene destellos coherentes y, con demasiada locura, se arrojan los días al pasado.

Y, bueno, aquí estamos, que qué más nos queda por contar que no haya sido relatado ya con anterioridad, tal vez mi única intención sea la de encontrar quien escuche lo que escribo, y, sí, escuchar; hallar quien escuche aquello que mis dedos testifican cuando sé que no hay nadie con la capacidad suficiente de oír mis gritos alzados por alzar.

Nada más...

No hay comentarios: